Durante muchos años he odiado el deporte, lo practicaba tan poco que las veces que lo hacía luego me dejaba malestar. Cuando era pequeña hacia largos paseos por senderos en familia y de esa forma cuando llegué a la pubertad mi cuerpo era delgado y armónico y pesaba menos de lo normal pero de una forma muy sana.
A lo largo de esos años, el consumo de dulces y comida rápida en mi casa estaba totalmente vetado y solo en muy pocas ocasiones (algunos fines de semana) me comía un helado o algo de bollería industrial.
Así que todo empezó cuando empecé a salir de casa y conocer mundo. Como nunca había hecho deporte comencé a ganar peso muy rápidamente. Mi cuerpo de los 18 a los 19 años cambió drásticamente. Antes la gente solía decirme que parecía una modelo y después seguía teniendo un físico que no estaba nada mal pero que ya tenía los brazos más gorditos, tenía barriga, apareció celulitis, etc…
Desde entonces perder peso y ganar mi físico de antes ha sido una carrera de fondo. He realizado dietas estúpidas, he hecho ejercicio de forma incorrecta e incluso he dejado de comer y perdido 7 kilos de golpe. Por supuesto, luego recuperaba el peso y provocaba que me frustrara pensando que el deporte no servía para nada y que en cuanto lo dejara absolutamente todo el esfuerzo no habría valido de nada.
Pasaron años jugando con mi salud y haciendo tonterías y por mucho que adelgazara no perdía barriga.
Por fin en una analítica me diagnosticaron hipertiroidismo, un problema del tiroides que provoca que tu metabolismo vaya más rápido y adelgaces. Entonces pensé: Esto es una broma porque aquí la única que está adelgazando es mi vecina. Sentí entonces que era imposible que con esta enfermedad más el deporte que estaba haciendo y que comía más o menos sano, no perdiera suficientemente peso o mejor dicho, frente al espejo no notara ninguna mejora significativa.
La siguientes imágenes son bestiales pero muestran la realidad. En ellas en la primera aparece mi cuerpo nada más despertar y en la segundo justo antes de acostarme.
Mi cuerpo, ya no solo mi barriga, parecía otro de la mañana a la noche. Fue entonces cuando fui al digestivo y me dijo que me realizara dos pruebas de intolerancia, una a lactosa y otra a la fructosa. Ambas salieron positivas.
Las intolerancias hacen que tu barriga parezca un globo, que aumentes de peso y que todo lo que hagas no sirva de nada pues estás llenando tu intestino de toxinas y alimentos que no puede digerir. Es decir, está constantemente irritado.
Años y años haciendo dietas basadas en frutas y verduras que me estaban produciendo el efecto contrario. A veces pensamos que las dietas equilibradas de los demás son para nosotros y luego te haces un test y te rompe todos los esquemas. Jamás hubiese asociado que lo que me sentaba mal era una manzana y no un plato de pasta.
De esta forma, eliminé de mi vida los productos con lactosa o si salgo me tomo una pastilla recetada para contrarrestar y he reducido mi consumo de frutas y verduras a aquellas con muy bajo contenido en fructosa.
Además, el darme cuenta de que esto funciona, ha hecho que me apetezca hacer más deporte. Por ello corro dos veces a la semana y otros dos hago pilates en casa tranquilamente.
Este post ha sido duro para mí porque está asociado a una época en la que empecé a ser realmente insegura, me miraba al espejo por las noches antes de salir a cenar y me entraban ganas de llorar por no poderme poder un top y sobretodo no ya por el físico, sino por la impotencia de no poder hacer nada.
Aquí dejo una foto que le pasé el otro día a mi mejor amiga del alma. En este momento era ya de noche, me había zampado una pizza y al ser finde semana no había hecho deporte. Esta es mi máxima barriga ahora:
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